Gavino Hernández observaba con tristeza ayer lo que quedó en el interior de una pequeña casita roja de madera donde logró encontrar trabajo como jornalero durante varios años. “Nos sentimos en la ruina. No nos queda nada”, murmuró el mexicano indocumentado, más conocido como “Camilo” y quien hace trabajos esporádicos de construcción. “Queremos que los compañeros sigan aquí todavía. En las esquinas, haciendo de jornalero, uno corre mucho peligro”. Hernández hablaba de “la casita”, una diminuta estructura de madera con una puerta amarilla que alentó a cientos de jornaleros durante más de una década en el barrio de Bensonhurst, en Brooklyn. Allí se reunían pronto por las mañanas, se organizaban y eran recogidos por empresas de construcción que necesitan mano de obra barata durante el día. Los vientos huracanados de la supertormenta Sandy, sin embargo, arrancaron de cuajo el pequeño centro y lo trasladaron unos 50 metros al norte, en el centro comercial de Ceasar Bay.
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