Historia de una mujer jornalera
JESÚS RODRÍGUEZ MONTES ( Corresponsal), 5 de abril de 2010
Tlapa, 4 de abril. En español, Chiepetepec significa cerro de piedra. En este pueblo nahua de Tlapa el suelo es agreste, duro, poco favorable para el cultivo y en primavera el sol torna al clima caluroso.
Esta condición, además de la pobreza que asuela a la mayoría de pueblos de La Montaña de Guerrero y el ínfimo apoyo del gobierno para el campo, es el motivo por el cual los indígenas han optado por migrar al norte del país y a Estados Unidos para conseguir el empleo más probable, a miles de kilómetros de distancia, ya sea como jornaleros agrícolas o como lavaplatos en Nueva York, Washington, Chicago y Los Ángeles.
Pero Chiepetepec no siempre ha sido un pueblo que exporta mano de obra barata. Lorenza Tapia Isidro, que ahora tiene 50 años, cuenta que hace unas tres décadas los indígenas ni siquiera migraban a Tlapa, lo más urbano en la región.
Cuando tenía 20 años, a principios de los 80, ella formó parte de la primera brigada de la comunidad que se aventuró a migrar por empleo. Lo hizo a Sinaloa, como jornalera, con 20 paisanos más y al cabo de cuatro años de ir y venir, ganó la confianza de los “patrones” del campo agrícola en el que laboraba y de los lugareños para convertirse en una de las primeras mujeres de toda La Montaña, quizá la única durante muchos años, en incrustarse en el mundo de los contratistas, un entorno en el que predominan los varones.
El estado de salud de Lorenza no es el óptimo desde 2005. En Culiacán enfermó. Los médicos le detectaron un tumor y sugirieron una cirugía de emergencia para evitar que se agravara.
Lorenza –cuenta ahora en entrevista– accedió por la gravedad del diagnóstico, pero en la operación, por negligencia de los médicos, resultó que le hicieron una transfusión de “sangre contaminada” y eso es lo que la mantiene ahora decaída de salud.
La historia de Lorenza es una historia muy peculiar entre los jornaleros agrícolas de la región. En este ambiente se habla de jornaleros, contratistas, enganchadores, capataces, jefes de cuadrilla cuando literalmente se refieren a los varones que desempeñan ese papel. Un entorno dominado por los hombres.
El contratista es la persona encargada de organizar el viaje de los jornaleros. Es el puente entre los empresarios y los indígenas que optan por migrar para trabajar en los campos. Como todo en la vida, dice Lorenza, hay “buenos y hay malos”.
“Antes yo era la única mujer que contrataba a la gente, yo era la única y aquí andaba, buscando casa por casa, preguntando quién quería irse, empezaba desde julio y hasta agosto, me salía a otros pueblos”, narra.
–Cuénteme, ¿cómo es que entra en este mundo de hombres, de contratistas?
–Pues cuando me dejó mi esposo no teníamos que comer. Yo me casé muy chica, tenía como 13 años. Pero cuando me dejó mi esposo ya tenía cuatro hijos y pues como no tenía trabajo, no tenía dinero, vino un señor de Tlapa a invitarnos a trabajar a Sinaloa y pues me fui.
“Llegando allá tuve suerte, a mí me ayudaron mucho unos ingenieros, los patrones, me ayudaron, me dejaron estar con mis hijos, también se ponían a trabajar y pues una vez que les dije que iba a ir a otro campo donde pagaban más me dijeron que no, que cómo que me iba a ir, que ya no iba a trabajar de jornalera, que ahora les iba a ayudar a llevar la gente”.
Antes de viajar a Culiacán –un viaje que demoró tres días, recuerda– Chiepetepec era el único sitio que había conocido Lorenza, ni siquiera Tlapa. No hablaba español. Aprendió en aquel estado, en el campo agrícola La Feria, muy cerca de Navolato.
“Cuando me dijeron que tenía que llevar gente yo les dije a los ingenieros que cómo, que casi ni sabía hablar español, que no sabía hablar por teléfono; pero ellos me dijeron que me iban a ayudar y me ayudaron”.
–Dígame Lorenza, se sabe que es difícil la vida para un jornalero, pero, ¿Cómo es para una mujer jornalera estar en los campos?
–Pues más difícil señor. Hay que levantarse temprano, a las 3 de la mañana para hacer tortillas para los niños. A las 6 hay que irse a trabajar, de ahí hasta las 4 de la tarde que vamos de regreso a la casa, pero pues hay que darles de comer a los niños. Ya casi nomás vamos a dormir a la casa y es así todos los días. Es más difícil para las mujeres, por los niños, que los cuidamos.
–Es algo muy obvio pero se lo tengo que preguntar: ¿por qué se van?
–Por la necesidad señor, porque aquí no hay trabajo, por eso la gente se a donde sea, porque aquí no hay nada. Se n para Estados Unidos, San Quintín, a Culiacán, porque estamos pobres, ya ni en Tlapa hay trabajo.
Lorenza es madre de diez y abuela de 15. Como desde hace cinco años ha dejado de trabajar, son sus hijos quienes la mantienen, aunque con muchas dificultades por los gastos extras que tiene que realizar para los medicamentos.
Lorenza no duda cuando opina: “falta más apoyo del gobierno para los jornaleros y para las mujeres”.
Source: La Jornada, Guerrero